GUSTAVO DUELLA
Me crie en San Andrés provincia de Buenos Aires, entre carreras de bicicleta y expediciones al club. Mi abuelo paterno, italiano, era pintor de brocha gorda (un capo); tenía como pasatiempo la pintura, de él me quedaron algunos cuadritos que pintó con su amigo y luego maestro mío, Luciano Pocar.
Creo que las cosas que a uno le apasionan están cargadas de esa admiración que de chico experimentamos viendo el trabajo de nuestros mayores; la pintura es mi caso.
Empezaba la carrera de arquitectura y Luciano me dijo un día, “terminá tu carrera, después tendrás tiempo para el arte”. Así fue que pasé por la Universidad de Buenos Aires; luego me dediqué a trabajar en obras para aprender distintos oficios.
En mis primeros pasos analicé las técnicas de quienes admiro tratando de comprender la relación del artista con su obra, el manejo de los colores y la habilidad de transmitir sensaciones espaciales.
En pintura me encuentro en el comienzo de esta nueva etapa que ansioso esperaba, soñaba despierto, desde mi más temprana memoria. Mis obras son el objeto de aquellos estudios.
En escultura la experiencia se presenta como un collage de formas que se asocian por afinidad, ya que muchas veces el tema de la obra es sugerido por piezas o partes usadas. Los temas tienden a representar personajes místicos y máquinas fantásticas que simbolizan un mensaje para generaciones futuras.
Así, el arte y el reciclaje juegan, y hacen surgir la necesidad de tomar conciencia frente al desequilibrio ecológico y todo tipo de discriminación que azota nuestra humanidad.
Cuando el bien y el mal son roles propios etiquetados por el poder reinante, sin códigos o con valores cambiantes, el respeto al otro se pierde, los ciudadanos de la urbe y los de más acá se ocupan de nada; el arte entonces es un reactivo oficio del hombre en general, un espacio de discusión y expresión por excelencia.